POESÍA QUE BROTA DEL
SILENCIO
LA POESÍA DE DORIS DE MELO
“En sueños brillas tú, lo alejado”
Hölderlin
La poesía es
vida y es inteligencia, colores y sentidos, magia y serenidad, símbolo y visualización;
es el yo enfrentado al todo, a la angustia de ser y dejar de ser como lo
entendía muy bien el poeta levantino Brines.
El yo frente al devenir. “Más que el ser, el sí mismo”, diría Jaime
Siles al respecto en el ensayo “Estados de conciencia”. Pero ha de intervenir
en ella, a través del deseo de transcender, la razón, los propios pensamientos
e inquietudes, bien en desvelos, bien en remansos o en la impetuosidad del
desahogo necesario, a través de una armonía métrico-visual que alcancen los sentidos
ahí donde el valor sensorial supera el conceptual y lo trasciende –vaciamiento
anímico absoluto-, donde cada parte es establecida y a la vez concluyente. En
resumen: hay que ir superando el forcejeo entre sistema y significado; entre lo
imaginado y lo real; entre lo ácrono y lo atemporal en que a veces se debate el
pensamiento y desde donde fluye la poesía; hay que ir hacia la obra perfecta
fundiendo inteligencia con exaltación.
Lo brevemente
expuesto sirve de acceso a este sucinto
prólogo, para dar un sentido subjetivo a lo que este hermoso libro de poemas
nos propone. Doris de Melo lo manifiesta fehacientemente en su “Rasgando la memoria”, sentido como
hondo ideal de quien ha de expresarse con sinceridad y plenitud, a partir ese
eterno instante de la nada profunda desde donde intentamos sobrevivir. En ese
perdurar, la poetisa se va reinventando verso a verso en una especie de
almanaque de poemas que siente postergados como ella misma, madurando la feliz
idea de ir desglosándolos desde ese ámbito bien resguardado donde apuntan -al
filo de la noche- a lo trascendente como siluetas del ensueño, ahí donde los
silencios y la soledad se hacen infinitos, como muy bien nos anuncia en uno de
sus primeros versos.
La poetisa se
pregunta, la poetisa indaga en las emociones e intenta contestar a través de
ellas el por qué de su serenidad o angustia, siempre desde un acento de
elevados desahogos propio, alejado en lo posible de influencias y modas al uso.
La creación nace de la soledad como ámbito y sostén a la manera de Rilke, e
inicia su desarrollo en una insistencia-persistencia sobre una idea matriz
surgida o motivada al azar de las propias vivencias y notables sensaciones
guardadas. Por tanto, el hecho poético es ajeno en principio a movimientos
externos, a influencias literarias o sociales preestablecidas; pertenece al
ámbito personal, diría que exclusivo, y no tiene fin: es una corriente de
sensibilidad permanente que avanza, ya que el poema no se termina, transciende,
explora en sí mismo, es prolongación en el escritor, en el leedor, en el
sigiloso mutismo de la propia comprensión que lo asume. Por eso es difícil
encontrar límites divisorios en las evoluciones posteriores de esa fuerza
inercial que se hace necesaria, ya que es una aventura hacia lo absoluto; una
unidad armónica de identidad y de conciencia comunicativa profunda, donde el
hecho poético se relaciona con el mundo con tenues vibraciones de belleza perdurable. Una unidad de
significación que deviene del método y disciplina de la propia entelequia, para
querer ser expresada con celo de ilimitada diafanidad. Hay que remontar el
lenguaje común hasta el del propio poema; hay que conformar, con simetría
estructural -cuerpo, color, volumen, ritmo, espacio-, arquitectónicamente a
través de palabras convertidas en versos, el edificio maravilloso de los
sentimientos y expresarlos.
El impulso
poético nace de una emoción. Doris de Melo, habitada de recuerdos y nostalgias
amorosas –presencia de ausencias-, recrea la existencia, intenta desentrañarla,
capta la permanencia de lo fugitivo. Nos va involucrando –alquimia de la
palabra- en aspectos del amor y de su abandono, tal una plenitud insatisfecha
sutil y emocionalmente presente o recuperada, donde se desvela la verdad de lo
ausente; un tiempo que parece traicionarnos desde esa pena que parece ahogar la
zozobra de los abandonos, donde la noche se convierte en ánima errante, en
soledad sin nombre, en poemas epónimos o simbólicos que han de servir de
profundos desahogos expresados en prolíficos versos que se disuelven en
insondable temporalidad como buscando el futuro de un pasado no resuelto. La voz femenina se escucha suave, latente
casi, susurrada, con voz cotidiana. Calidad ritual y musical, en una avalancha
de cadenciosas emociones plenas de hechuras afortunadas y sentimientos
imperecederos, que nos estremecen, ensimisman y logran sobrecogernos en
constante sensación de verdad. Pero a la vez, es una obra que plantea desafíos
y exigencias en su densidad enigmática, siempre desde lo cercano reconocible.
Versos que
marcan como una resonancia, como una voluntad ética, magnética y sincera, al
abrirnos a la ternura –lo sensible inmediato- desde su inteligencia emocional,
desde su asombrosa esencia de mujer inspirada llena de verdaderas iluminaciones
conceptuales de gran expresividad sonora. “Rasgando la memoria” se convierte
así, para todo buen lector, en sencilla
frescura vital, a través de unos poemas que contagian; que tornan, por muchas
digresiones que se den, allí donde
brotaron: a lo profundo del alma donde se personifica el verso a través
del propio hálito.
Barcelona.
Diciembre de 2011.
©Teo Revilla Bravo.
Los libros de Doris Melo pueden encontrarse picando aquí
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