Historias de un pueblo andaluz
Título original: Historias de un pueblo andaluz
Autor: Antonio Medina Guevara
Editorial: Pelícano (Miami - USA)
ISBN: 978-1-937482-19-0
Edición: Narrativa
Páginas: 132 en la edición americana
236 en la edición española
Información y venta: zujar2009@hotmail.com y la editorial Pelícano
Sinopsis:
Historias encadenadas con humor de lo cotidiano que ocurría en los años 60 en un pueblo al norte de Granada.
Algunas páginas:
A Luisa le empezaron a crecer las caderas y su rostro resplandecía como los rayos del sol.
Se convirtió de la noche a la mañana —o mejor dicho, del verano pasado a la salida del invierno—, en una guapísima mujer.
Todos vieron extrañados como el volumen de su vientre crecía, y como su amargura era regada con ríos de lágrimas que salían sin cesar de sus jóvenes ojos. Escuché en conversación de lavanderas, que la llevaron a casa de la Rancia a que le sacara al diablo que le crecía en la barriga.
La Canija, después de exorcizar su vientre y de rociarlo con agua bendita que robó de la pila de la iglesia, dicen que encendió una vela y mandó a rezar a todos durante casi una hora. Después de las muchas y muchas oraciones e imploraciones correspondientes, les vaticinó que, aunque el diablo había salido por pies a otros sitios, lo que quedó dentro saldría a los nueve meses, que fueran pensando en un nombre.
Y salió la familia de la casa, preguntándose como habría entrado aquello allí, dentro del vientre de su hija.
……
María, la del cortijo de la Fuente Grande, que era mujer muy lúcida a pesar de estar apartada de la sapiencia de la villa, recomendó a todos que lo vieran como un milagro, y que recordaran al casi oficialmente santo de don Atanasio, que pasó a la historia local como milagrero en reproducción humana.
Y es que, nuestra villa, aparte de muchos y variados intelectos, siempre ha sido cuna de verdaderos religiosos; tanto en hombres, como en mujeres…, y también en híbridos; como es el caso de sor Fernanda Fernández que —después de más de dos siglos—, aún no sabemos a qué sexo pertenecía…
Ya, en mediados del siglo XVI, cuentan que aportamos varios de ellos a la impagable misión de expandir la fe católica allende las Américas. Todos fueron buenos predicadores a la vez magníficos artífices en gestas que, no solo alimentaron las almas descarriadas de aquellos indios, sino que también fueron partícipes muy activos en el desarrollo humano de tan noble misión. Uno de estos personajes —que a pesar de su entrega y en injusticia, no pasaría a la historia—, fue don Atanasio Hortal de Medina.
Don Atanasio, hombre de fe convencida y convincente, partió a la Nueva Granada en un día de Mayo a la misión de San Jonás Mártir, en donde pronto se hizo querer por los nativos, tanto por mostrar el camino cristiano a todos, como por ayudar a los demás con sus conocimientos médicos.
Pero he allí, que sucedió un hecho, que después todos calificarían de divino:
En la medicatura de San Jonás Mártir, se formó el zaperoco del año un lunes: cuando nació el primer hijo de Filomena Govea de Gonzáles, esposa india del cacique local y de innegable belleza oscura; y sucedió algo, que cuando menos, era muy extraño en aquel alumbramiento.
Y llegó el momento del parto…
En un pueblo, donde la negrura abunda como las piedras del río, y los ojos negros son lo primero que se le ve a un muchacho recién nacido, el vástago de Filomena, llegó al mundo blanco como la leche y con los ojos azul del cielo…