miércoles, 7 de noviembre de 2012

"CANCIÓN ERRÓNEA" de Antonio Gamoneda.






ANTONIO GAMONEDA

A Antonio Gamoneda escribir le sube la presión sanguínea, nos dice con toda su cándida sinceridad de persona sensible. A Antonio Gamoneda no hace falta presentarle, es un poeta grande entre los grandes. Afortunadamente, en este caso, se cumple con justicia, que el poeta esté en el lugar que le corresponde por su obra, por su talento, pero sobre todo por su sensibilidad y humanidad. Una humanidad, un altruismo que nos deja, verso a verso, reflejado como si de una corriente de agua cristalina se tratara.
He tenido la posibilidad de cartearme varias veces con él, de sentir su abrazo al finalizar la palabra escrita con su bolígrafo en una mano algo temblequeante ya por la edad, pero aún firme y llena de afectos, caligrafía de rasgos muy particulares también; he tenido la oportunidad de cartearme y de recibir el aliento del poeta, con la intermediación de Juan Antonio Pellicer, en momentos en que la vida de mi hijo corría tantos peligros, mi agradecimiento a ambos como a tanta gente, es infinito. Cuando un poeta con sus valores y reconocimientos, se detiene a escuchar y leer unas malas líneas de un poeta aficionado y le valora un libro con la humanidad que él lo hace sin conocerte de nada, y te explica lo que para él es la poesía con toda la sencillez del mundo mientras te estimula a continuar por ese rumbo emprendido, es que estamos ante alguien sumamente grande en lo natural, ante alguien que no se le sube los premios a la cabeza, ante alguien que realmente nos pertenece a todos como si fuera nuestro bondadoso vecino de al lado o nuestro mejor amigo, ese que nos entiende. No todos –escritores, artistas, gente famosa por un motivo u otro- obran así. Al contrario: son muy raros aquellos que permanecen siendo fieles a su esencia primigenia y lo digo con cierta experiencia de llamar a algunas puertas sin resultados aún sabiendo que han escuchado el timbre. La fama suele confundirles o  perderles. Allá ellos, porque eso también viene reflejado en sus obras y, cómo no, las empaña.  



Vayamos a lo importante: El poeta, leonés –aun nacido en Oviedo un treinta de mayo como el que esto escribe- nos deja, estos días, una nueva sorprendente continuación de su obra. Se trata de un libro con guisos de singularidad –todos sabemos que su obra ha permanecido aislada de cualquier tendencia poética- como lo son todos los de su magna obra. Pero éste se antoja especial quizás por la edad del poeta: “Canción errónea” lo titula, y lo hace con esa sensación de dudas que todo ser humano que se precie tiene a la hora de escribir, de dejar o mostrar algo y más si, como en el caso de Antonio, se es prácticamente autodidacta, alguien que se ha hecho así mismo, que todavía le engrandece más, sobre todo cuando sabemos que pasó por la pobreza y la miseria de la Guerra civil, y que tras ésta consiguió hacer -con todo el esfuerzo de la voluntad- estudios medios, combinándolo con un trabajo como recadero de un banco. Quizás por eso Gamoneda queda fuera de ínfulas y de ordenanzas canonizadoras, pese a haber cobrado notoriedad con el premio mayor de las letras castellanas hace unos años. Gamoneda es un poeta sencillo, un hombre de barrio leonés, habitual y coloquial que se llena de emociones y nos las cuenta con las alegorías poéticas. Como bien escribe Casado sobre él: “Gamoneda no desarrolla propiamente un relato, ni siquiera cuando anuncia que va a hacerlo; los hechos se fragmentan en sensaciones, en detalles aislados de su contexto, trasportan ecos de tiempos anteriores. La mirada está sometida a un núcleo obsesivo que la absorbe, la dirige de forma centrípeta hacia lo que el poeta llama interiorización”. Él no se cree más grande que nadie y nos lo demuestra con suma naturalidad. Los poemas vesiculares que se leen en esta Canción que el poeta dice que es errónea pero la realidad nos dice que pertenece, dicho título, a un poema, al parecer anterior, que afloró aquí prestando el título a todo el libro, quedan intitulados en unos versos muy compensados con la edad del autor, poemas casi autobiográficos como lo son todos desde el inicial “Blues castellanos”. El poeta se nos presenta en este libro, recorriendo miserias y estercoleros, pisando detritos, removiendo rebuscallas hospitalarias, despojos, etc., con su bestiario habitual al que le sigue siendo fiel. La muerte es una compañía, es alguien que camina al lado, que se comunica, con quien habla y quien le habla casi como una amiga sin miedo ni esperanzas ya.  Este tránsito de la inexistencia a la existencia y vuelta a la inexistencia, es el giro por donde se mueve el poeta, este vivir para la curiosidad y morir sin saber para qué exactamente, esta nadería envuelta en nada que tan bien nos muestra con unos versos que nos sumergen en la mejor poesía de nuestro tiempo. Gamoneda es grande porque es cercano; es especial, porque es amigo; es poeta porque siente y nos precipita en las honduras del ser, porque escucha la vida y la siente efímera, de contenidos absurdos; y aún así, es consciente de que merece la pena, en ese ir del no ser al no ser de la inexistencia a la inexistencia, pasarlo, vivirlo y hacerlo bien, ya que en ese tránsito se concentra todo lo posible en nosotros: el amor, la descendencia, la amistad, la decepción, la pérdida y el logro…  

Anticipo un poema que ya adelantó hace días el diario “El País”: 

  
Amé. Es incomprensible como el temor de los árboles.
Ahora estoy extraviado en la luz pero yo sé que amé.
Yo vivía en un ser y su sangre se deslizaba por mis venas y
la música me envolvía y yo mismo era música.
Ahora,
¿quién es ciego en mis ojos?
Unas manos pasaban sobre mi rostro y envejecían dulcemente. ¿Qué
fue existir entre cuerdas y olvidos?
¿Quién fui en los brazos de mi madre, quién fui en mi propio corazón?
Es extraño: solamente he aprendido a desconocer y olvidar. Es extraño:
Todavía el amor
habita en el olvido.


Barcelona.-06.-11.-2012.

©Teo Revilla Bravo.

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