domingo, 20 de abril de 2014

POESÍA QUE BROTA DEL SILENCIO
LA POESÍA DE DORIS DE MELO
                                 
            “En sueños brillas tú, lo alejado”
                                           Hölderlin


La poesía es vida y es inteligencia, colores y sentidos, magia y serenidad, símbolo y visualización; es el yo enfrentado al todo, a la angustia de ser y dejar de ser como lo entendía muy bien el poeta levantino Brines.  El yo frente al devenir. “Más que el ser, el sí mismo”, diría Jaime Siles al respecto en el ensayo “Estados de conciencia”. Pero ha de intervenir en ella, a través del deseo de transcender, la razón, los propios pensamientos e inquietudes, bien en desvelos, bien en remansos o en la impetuosidad del desahogo necesario, a través de una armonía métrico-visual que alcancen los sentidos ahí donde el valor sensorial supera el conceptual y lo trasciende –vaciamiento anímico absoluto-, donde cada parte es establecida y a la vez concluyente. En resumen: hay que ir superando el forcejeo entre sistema y significado; entre lo imaginado y lo real; entre lo ácrono y lo atemporal en que a veces se debate el pensamiento y desde donde fluye la poesía; hay que ir hacia la obra perfecta fundiendo inteligencia con exaltación.

Lo brevemente expuesto  sirve de acceso a este sucinto prólogo, para dar un sentido subjetivo a lo que este hermoso libro de poemas nos propone. Doris de Melo lo manifiesta fehacientemente  en su “Rasgando la memoria”, sentido como hondo ideal de quien ha de expresarse con sinceridad y plenitud, a partir ese eterno instante de la nada profunda desde donde intentamos sobrevivir. En ese perdurar, la poetisa se va reinventando verso a verso en una especie de almanaque de poemas que siente postergados como ella misma, madurando la feliz idea de ir desglosándolos desde ese ámbito bien resguardado donde apuntan -al filo de la noche- a lo trascendente como siluetas del ensueño, ahí donde los silencios y la soledad se hacen infinitos, como muy bien nos anuncia en uno de sus primeros versos.

La poetisa se pregunta, la poetisa indaga en las emociones e intenta contestar a través de ellas el por qué de su serenidad o angustia, siempre desde un acento de elevados desahogos propio, alejado en lo posible de influencias y modas al uso. La creación nace de la soledad como ámbito y sostén a la manera de Rilke, e inicia su desarrollo en una insistencia-persistencia sobre una idea matriz surgida o motivada al azar de las propias vivencias y notables sensaciones guardadas. Por tanto, el hecho poético es ajeno en principio a movimientos externos, a influencias literarias o sociales preestablecidas; pertenece al ámbito personal, diría que exclusivo, y no tiene fin: es una corriente de sensibilidad permanente que avanza, ya que el poema no se termina, transciende, explora en sí mismo, es prolongación en el escritor, en el leedor, en el sigiloso mutismo de la propia comprensión que lo asume. Por eso es difícil encontrar límites divisorios en las evoluciones posteriores de esa fuerza inercial que se hace necesaria, ya que es una aventura hacia lo absoluto; una unidad armónica de identidad y de conciencia comunicativa profunda, donde el hecho poético se relaciona con el mundo con tenues vibraciones de  belleza perdurable. Una unidad de significación que deviene del método y disciplina de la propia entelequia, para querer ser expresada con celo de ilimitada diafanidad. Hay que remontar el lenguaje común hasta el del propio poema; hay que conformar, con simetría estructural -cuerpo, color, volumen, ritmo, espacio-, arquitectónicamente a través de palabras convertidas en versos, el edificio maravilloso de los sentimientos y expresarlos.

El impulso poético nace de una emoción. Doris de Melo, habitada de recuerdos y nostalgias amorosas –presencia de ausencias-, recrea la existencia, intenta desentrañarla, capta la permanencia de lo fugitivo. Nos va involucrando –alquimia de la palabra- en aspectos del amor y de su abandono, tal una plenitud insatisfecha sutil y emocionalmente presente o recuperada, donde se desvela la verdad de lo ausente; un tiempo que parece traicionarnos desde esa pena que parece ahogar la zozobra de los abandonos, donde la noche se convierte en ánima errante, en soledad sin nombre, en poemas epónimos o simbólicos que han de servir de profundos desahogos expresados en prolíficos versos que se disuelven en insondable temporalidad como buscando el futuro de un pasado no resuelto.  La voz femenina se escucha suave, latente casi, susurrada, con voz cotidiana. Calidad ritual y musical, en una avalancha de cadenciosas emociones plenas de hechuras afortunadas y sentimientos imperecederos, que nos estremecen, ensimisman y logran sobrecogernos en constante sensación de verdad. Pero a la vez, es una obra que plantea desafíos y exigencias en su densidad enigmática, siempre desde lo cercano reconocible.

Versos que marcan como una resonancia, como una voluntad ética, magnética y sincera, al abrirnos a la ternura –lo sensible inmediato- desde su inteligencia emocional, desde su asombrosa esencia de mujer inspirada llena de verdaderas iluminaciones conceptuales de gran expresividad sonora. “Rasgando la memoria” se convierte así, para todo buen lector, en  sencilla frescura vital, a través de unos poemas que contagian; que tornan, por muchas digresiones que se den, allí donde  brotaron: a lo profundo del alma donde se personifica el verso a través del propio hálito.


Barcelona. Diciembre de 2011.

©Teo Revilla Bravo.


Los libros de Doris Melo pueden encontrarse picando aquí