martes, 28 de diciembre de 2010

" LA PEÑA DE LA VIEJA" de Rosario Valcárcel

Un libro de relatos que rememora la infancia, los momentos importantes de nuestras vidas: Navidad, Reyes Magos, Carnaval, la importancia de los abuelos y el mar... siempre el mar en una época en que el turismo llegaba tímidamente.

Antonio Arroyo Silva dijo:
En La Peña de la Vieja, la poesía  no sólo está presente en esa manera de sentir y hacer sentir lo más hondo del espíritu, también se proyecta en los objetos, los lugares por donde han transcurrido sus personajes. Hay un espacio   físico y vital que cobra atmósfera propia e independencia de su referente en la realidad cotidiana. Es un espacio con vida y respiración,  que no se detiene al ser descrito, sino que punza en la memoria de los que nos asomamos a su lectura, y despierta todos los sentidos. Yo diría que leer-verlo es recordar y recobrar la piel de los sentidos. La piel rozada por la brisa vespertina de Las Canteras, la maresía traspasando el tacto y el olfato del nómada urbano al que tanto cantó nuestro entrañable Manolo Padorno y que Eugenio encendió con la cóncava concha de su poesía.
   Las Canteras, la Playa Chica, la trasera calle Portugal, kilómetros de espacio-tiempo que se proyectan  desde el momento histórico de una niña cuyo horizonte era otear una roca desde la orilla de la playa  

“Cuando yo era pequeña vivía en la playa de Las Canteras y la vida era  diferente,  muy diferente.”

   Es una de las recurrencias de la narradora para seguir el hilo temporal y situarnos en un momento concreto en que todo transcurría con la misma lentitud a la que alude Alonso Quesada en Los caminos dispersos. Pero no está presente ese hastío infinito que padece el poeta en la ciudad atlántica:

“Hacia mi pobre corazón venían
las cosas de la calle,
esas vulgares cosas sin explicación…”

Esa calle, ese espacio vital no podría llegar como plomo viejo al fondo del corazón de una niña que está descubriendo el mundo, pues mira las cosas como por primera vez y así lo expresa en el texto. Su palabra primigenia fundada y fundida en cada página, sin evitar la melancolía, la tristeza o la alegría; pero nunca desde un punto de vista existencialista como el de Alonso Quesada. No obstante, ese espíritu queda plasmado en algunos personajes (yo diría El Abuelo), hecho que percibimos más bien en sus diálogos. La narradora, como ser ingenuo que es, no se pregunta sino deja que ellos hablen en torno. Intuye, se alarma; pero no sabe los significados (los sabrá más adelante). Palabras que para ella son dulzura, ternura y bondad, porque con ese tono son expresadas en su memoria. Palabras cuyos ecos se han mantenido

   “ Han pasado los años y le encanta adentrarse en el mar, zambullirse en el agua y flotar en aquel lugar donde se incrementan las olas y la marea le acerca un flujo cálido. Percibe su presencia a lo lejos, detrás de aquella gran roca a la que todos llaman La Peña de la Vieja”.

  Después de tanto tiempo, en el corpus del texto se produce un alejamiento entre narradora y persona que vivió y aún transita las calles del territorio de su infancia desde su madurez. Se ha roto el “pacto”, el hilo umbilical se quebró y alguien se aleja a su nueva habitación a sentir en lo más íntimo de su ser. Es como si la narradora ya no se reconociera en esa persona que late fuera del texto, esa persona adulta y plena que ya conoce las respuestas a muchas preguntas sin resolver entonces, y, sin embargo, llega a su niñez con el espejo de su escritura. 

La reseña completa de este libro puede encontrarse picando aquí.

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